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RÍO ARRIBA,

PARA LA PROTECCIÓN INTEGRAL DEL CAMPO

 

 

 

(..) "Y entonces entra uno en este dilema de ¿quién es el dueño de la tierra? Miles y miles de hectáreas de tierras, tantas veces heredadas, usurpadas, invadidas por dueños de papel…”. (…)

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El dueño de la tierra
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Lo que me enseñó el chamizo...

(...) Hace varios días no miré, no conversé… no creí… hace varios días observé. El chamizo esquelético y desnudo tiene un encanto en los días soleados… Es el árbol preferido de tórtolas, azulejos, carpinteros, tángaras y siriríes que al parecer disfrutan tomar el sol en las ramas sin hojas. Hay que ver las sesiones matutinas de familias de aves que después de comer se posan tranquilas en las aparentemente frágiles ramas del chamizo, y a las ardillas usándolo como atajo para llegar al pino y del pino al mango. En la noche, a contra luz, el chamizo juega formar figuras misteriosas y permanece inmóvil ante los ventarrones ruidosos que hacen que caigan las hojas de sus vecinos.  (…)

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(..) Cuando despertó, justo al abrir los ojos, sintió en la mañana todavía oscura, el primer aliento del día. Ese primer momento en que a través de la ventana se pueden ver las ramas de los árboles moviéndose suavecito, al ritmo delicado del viento. Observó la montaña, la misma que miraba antes de dormir, asomándose entre las nubes, abriéndole espacio al sol…. Ahhh que vida, que manera de despertar sin despertar, que momento de paz. Recordó en ese instante algunos fragmentos inconexos del sueño: Recordó sentirse feliz, recordó paredes de barro, flores, y una frase que le quedó rondando en la cabeza: “La historia de las casas”. (…)

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La historia de
las casas
Los árboles no sienten...

(...) De repente, algo, alguien rompió su idilio. Otra niña, llamémosla Milika, un poco mayor. Lanzaba un balón de vóleibol a las ramas más altas del árbol, por lo menos a las que Candelaria alcanzaba a ver desde abajo. Milika quería tumbar algunos mangos aún verdes, que colgaban arriba, en la espera paciente de su tiempo de maduración. Candelaria sintió un estremecimiento profundo con el primer lance, veía como caían hojas vivas sin que ella pudiera pegarlas de nuevo, sentía ganas de vomitar y el ritmo acelerado de su corazón se confundía con el de sus intestinos”.  (…)

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(..) Entonces, hoy yo decidí que también había una vez un fríjol… Un fríjol que la tierra, en su infinita sabiduría, cubrió con una vaina de color verde y a él mismo lo vistió de rojo con tintas blancas… Nada que envidiarle al bicho… El fríjol llegó a mi nevera, con algunos de sus amigos, un día de mercado en el que se mostró ante mis ojos tan llamativo como pudo, y sin pensarlo mucho decidí que podía tomar posesión de mi cuerpo cualquiera de los días siguientes. De repente, el fríjol, para no quedarse atrás en el tema de la belleza de formas y de estilo, ha dejado salir de su interior un pequeño apéndice tubular blanco, que por algún motivo siento que quiere tocar tierra (…)

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Pequeñas victorias
Mis amigos campesinos...

(...) Conversamos de todo, todo lo importante: “Nada que cae agua, pero la tierra es agradecida”, “Ayer llovió y mire los bonita que está la huerta”, “De salud he estado bien, que es lo más importante”, “Y la comida no nos ha faltado” … También hay temas que no son tan amables: “Mija! Nos subieron los impuestos este año, quién sabe a este ritmo a dónde iremos a parar”, “Nos están mermando el agua”, “ Apure a recoger agua que ya la van a quitar”, “Ya vendieron otro lote de aquí enseguida para urbanizarlo”.  (…)

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(...) El silencio era tan generoso, era verde, amarillo y naranja. Se expandía en el cielo como protegiéndonos y se movía suavecito como susurrando canciones de cuna. El silencio parecía tan cómodo, me sonreía, nos sonreímos como enamorados… Era alto y parecía intocable. Ya no había nada más. No hubo carros, no hubo humo, no hubo ruido… no hubo afán. Aparecieron las arrieras, las ranas y las flores, todas juntas, contentas.  El silencio tenia ramas fuertes y anchas, raíces gruesas y un tronco firme que me sobrepasaba en más de diez metros (...)

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Mientras cruzan, observen el árbol
No les dé miedo... Úntense las manos  tierra

(...) Tener las manos llenas de tierra, oler la piña antes de comprarla, tomar y oler un puñado de cilantro fresco, empacar las papas a mano limpia, desgranar la arveja y el maíz, admirar el verde de la espinaca fresca, sacar uchuvas de su empaque natural, abrazar a don Martín cuando voy al Mercado Campesino y escuchar los remedios caseros para múltiples dolencias, de doña Blanca en la Placita de la América, son entre muchas semejantes, de las sensaciones más refrescantes y revitalizantes que he tenido en la vida. Me aterrizan y siempre, siempre me hacen sonreír (…)

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